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SoloEnLaOscuridad

Primer capítulo de mi novela

Primer capítulo de mi novela

A menudo, el temor de un mal nos lleva a caer en otro peor.

Nicolas Boileau

 

 

 

1

 

Y pese a todo, el mundo todavía giraba. Aún había estaciones y por supuesto, aún había días con sus sempiternas noches.

El invierno en Maine era crudo, en Bangor, cruel. Las horas de luz solar pasaban con la misma rapidez con la que prende y se esfuma el papel de fumar, dando paso a noches gélidas, cargadas de ruidos inciertos y mustios sentimientos. Durante la estación de fríos, la vida parecía pararse y no tener sentido. El ánimo era embargado hasta la primavera, coincidiendo su libertad con las primeras briznas verdes de hierba.

El blanco de la nieve convertía aquella lujosa urbanización de casas en una enorme y monocromática habitación acolchada de manicomio.

Soledad y aislamiento, pensó Patrick. Así era el invierno en aquella parte de Estados Unidos. Más aún, después de la Guerra. Ya ningún medio de transporte llegaba a la ciudad. El puerto, antaño tan vivo, yacía ahora tan inútil como los restos de un cadáver. Los dos aeropuertos no eran más que las ruinas de lo que fueron y las carreteras permanecían sepultadas bajo la nieve sin que los camiones de limpieza hicieran ya nada por remediarlo.

 Patrick Sthendall agarró una lata de Budweiser de la nevera, la cual renqueaba trabajando al mínimo. Su perro le observaba con la cabeza girada y con unos enormes ojos azules cargados de deseo.

-Doggy, esta noche no -le dijo con tono autoritario.

El Husky siberiano giró la cabeza hacia el ángulo contrario, meneó la cola brevemente y se escondió detrás del sofá; mirándole con sus enormes ojos oscuros. Era un ejemplar joven y precioso, con pedigrí. Patrick no quería convertir al perro en un alcohólico. Ya era suficiente con un borracho en casa.

El hombre arrastró las roídas pantuflas por la moqueta y se sentó pesadamente en el sillón. Puso los pies encima de una pequeña y baja mesa de madera tirando dos o tres latas arrugadas de cerveza. El ruido le molestó. Cualquier sonido estridente había llegado a importunarle hasta el punto de hacerle perder los estribos, y en cierto modo comenzaba a odiarse por ello. Él siempre fue un tipo con buen humor. Al menos antes de que Bangor redujese su población de treinta y un mil ochocientos habitantes a tres.

-Mierda -dijo casi en un susurro, malhumorado.

Se incorporó con cierto esfuerzo. Había olvidado algo y estaba cansado. De nuevo arrastró las pantuflas, y el perro, que permanecía echado y con la cabeza entre las patas delanteras, le siguió con curiosidad.

-He dicho que hoy no toca, borrachín -contestó Patrick ante la mirada inquisitiva de su can.

Éste volvió a menear el rabo, adaptó la posición anterior y se echó a dormir.

Su dueño apagó la luz. No podía permitirse el lujo de tenerla muchas horas encendida. No por la factura, hacía muchos meses que habían dejado de llegar; si no por no gastar la batería conectada a los paneles solares. Muchas noches, para tener algo de luz y dar un mínimo de calor a la casa, hacía fuego en la chimenea. En Bangor, encontrar leña era algo sumamente fácil, aun cuando la Guerra había acabado con su producción en serie. No tenía más que salir al bosque y talar los árboles que le viniese en gana.

También había otro motivo para abrazar la oscuridad, aparte del ahorro energético. La luna llena dominaba esa noche el firmamento y si alguien o algo intentaba acceder a su casa, él podría ver su sombra o silueta a través de los enormes ventanales del salón.

Y actuar. Vaya que si actuaría...

Aunque hacía poco más de un año del último ataque -y fue aéreo-, a él le gustaba sentirse protegido. Había visto y oído demasiado para no estarlo. Tanto la casa como él estaban bien equipados para repeler cualquier ataque. Miró hacia el armero situado a su derecha, sintiéndose seguro. La luz de la luna, que se filtraba por entre las finas cortinas blancas, bañaba varias escopetas y pistolas de diferentes calibres y le otorgaba un áurea extraña, casi mística.

En la acera de enfrente, a través de las rejas de hierro que había instalado en el ventanal del salón, observó cómo la luz de la habitación superior de sus vecinos se apagaba. Tampoco a ellos les gustaba gastar energía sin necesidad. La Guerra les había vuelto muy ahorrativos en todo.

-Buenas noches -dijo en la distancia a las dos únicas personas, que como él, no habían abandonado la ciudad o muerto durante los ataques.

Se acopló en el sillón, acolchándolo con el trasero hasta sentirse medianamente cómodo. Dio otro trago a la cerveza, dejando la lata casi vacía, y la arrojó a un lado. Frunció el ceño cuando vio al perro salir de su escondite y lamer los pequeños charcos de cerveza que había provocado. Le dijo algo y el can volvió a su sitio.

Cerró los ojos y se dispuso a dormir.

Hacia las tres de la madrugada algo le despertó. Aguzó el oído, el ulular del gélido viento por entre los árboles arrastraba otros sonidos, desconcertantes la mayoría. Doggy levantó un poco la cabeza y gruñó. Se levantó y después de un rato se apostó junto a la puerta.

Alguien o algo intentaba entrar y la alambrada que había colocado alrededor de toda su propiedad se lo impedía.

Patrick se giró hacia un lado y volvió a dormirse.

Estaba cansado y el mundo se había ido a la puta mierda.

4 comentarios

Juande -

Gracias por lo del arranque! el siguiente capítulo todavía es mejor, y así hasta que termina,jajaja.La verdad es que espero tu opinión con ansia, Susana. Un besote.

Susana Eevee -

La novela arranca muy pero que muy bien, Juande. Es un texto potente, aunque ¡me ha sabido a poco!

(por cierto, no soy susana_ xD)

Un abrazo.

Juan de Dios -

Susana evee? xD, y gracias! va a ser todo un bestseller,jajaja.

susana_ -

Esta vez creo que me va a tocar comprarla...

Felicidades y cuidate.